viernes, 2 de agosto de 2013

¿Cómo comenzar?

¿Comenzar? Pero, ¿Cómo? De qué hablar en momentos tan tranquilos como éste en los cuales uno está hueco por dentro, como desocupado, como cuando se destapa un tarro y uno espera que tenga suficiente líquido, grano, harina o que sé yo y no encuentra sino un poco de eso pegado en el asiento del recipiente y debes raspar para sacarlo. Así estoy ahora y al raspar mi cerebro lo único que me sale,-con esa cuchara que es el recuerdo-, son destellos de todo aquello que ofende mi forma de pensar de acuerdo con mis principios, mi educación, mis conceptos o mi forma de ver la vida o visión del mundo, como algunos la llaman y yo lo digo a veces, para darle cierto caché a mis palabras. Así, en esos destellos, alcanzo a pensar o a ver, pedazos de cosas, de palabras o de situaciones; un pedazo semi- des- compuesto de una naranja,-mas o menos así como está escrito-, o reflexiono en qué estaría pensando aquella persona que cuando le preguntaron a qué personaje admiraba, contestó que a Santa Teresa de Calcuta pero que afortunadamente ya había muerto; o veo en mi pensamiento unos valores deshilachados, arrancados, vueltos nada de tanto manoseo, de tanto cartelito de colores que contamina las paredes de las instituciones educativas, pero que no se proyectan en acciones tendientes a mejorar nuestra vida de relación o convivencia, como se llama ahora, y así poner el grano de arena que siempre falta y que todos queremos ser los últimos en colocar para constituirnos en supremos sacerdotes en el rito que hará posible la paz; o simplemente observar situaciones como la invasión del gobierno de los Estados Unidos a Irak con motivaciones muy endebles o la entrega del poder a las autoridades irakíes en los últimos días con el aumento de sus fuerzas armadas en este país. Y van saliendo, con esos resplandores, temas muy importantes para desarrollar con profundidad, con orden y objetividad en un momento que no sea tan tranquilo como éste, en el que estoy un poco distraído por el son de la música, o no vengan los temas atropelladamente, de una, como sucede cuando el cuarto de San Alejo está lleno de cosas y uno abre la puerta y termina acostado en el piso, debajo de palos de escoba, traperos viejos, y toda una serie de adminículos de diferentes materiales, comprados con mucho gusto en las diez o veinte ferias artesanales que se han organizado o recibidos como regalos de los amigos, adquiridos con igual gusto y de la misma procedencia, y que después de colocarlos en los lugares adecuados se van cambiando de sitio hasta que, convertidos en basura sentimental, van a parar al dichoso cuarto y de éste, muchísimo tiempo después, a la carretilla de un basuriego, llamado ahora reciclador, o a las manos de un pariente, pobre pero honrado, que los recibe por obligación para no ofendernos, y de lo cual nos damos cuenta cuando llega alguno de los nuestros a casa y nos dice que en la esquina estaba botado un cucharero de alambre muy parecido a uno que papá compró en la feria artesanal de 1.985. Al cuarto de San alejo,-que no es tal cuarto sino un rincón de nuestra casa, el ángulo que forma la puerta del patio que no se cierra o un hueco originado por la falta de planos para la construcción de aquella-, lo llamamos en nuestro país el rincón o cuarto de los trastos y ya casi no se puede llenar, porque no hay dinero para comprar trebejos. Fernando Bedoya, julio 6 de 2.004

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