sábado, 7 de febrero de 2009

A MIS QUERIDOS POETAS



DARIO

I

¿Recuerdas, tú lector, a Margarita,
a Onfalia, a Diana, a Cipria o a Dalila,
o a la musa Delicia o Hipsipila,
o a la amorosa Venus Afrodita?

¿ O quizá a las Minervas y a los Martes
ir triunfantes al son de los clarines,
secundados por rudos paladines
portando jubilosos estandartes?

¿Y no has oído hablar de los amores
del tigre de bengala y la tigresa
acechados por fieros cazadores,

Que muy seguros y con cruel rudeza,
amparados por árboles y flores,
mataron en aquellos la terneza?

II

¿ Te contaron tal vez que hada Harmonía
con la divina Eulalia y Filomela
en rítmica y sonora cantinela,
daban a dos amantes agonía?

¿ Que llegaron tesoros del oriente,
de las Romas, las Grecias y las Francias,
como gemas, metales y fragancias,
a bellos lares en el occidente,

A lomo de camellos, dromedarios,
En árabes caballos o elefantes,
Tortugas o dragones legendarios,

O en las manos de olímpicas Bacantes
Que encienden los sagrados incensarios,
Forrados de marfiles y diamantes?



III

Pues esto lo cantó la sinfonía
del vate nica de ciudad Darío
y fue para los orbes vocerío,
que llegó desde ignota lejanía.

En fina mezcla de simbologías
y versos olvidados de las artes,
de todos los confines y las cortes,
de odas, epitalamios y elegías,

Los ritmos del minué y la pavana,
Otoño, primavera, estío, invierno,
En una rara hiperestesia humana.

Érato le ciñó laurel eterno
Fue adalid de la Lira americana
y muy cosmopolita y muy MODERNO.



ARTURO

I

Fue feliz en el sur y en sus montañas
paraísos selváticos de verde,
creyó que nunca la niñez se pierde,
aunque vague por sendas muy extrañas.

Siempre añoró de lejos su morada;
Tierras del sur y ríos amansados,
Las arboledas verdes, los sembrados,
¡Llama, llamita, luz, noche estrellada!

Amó a los suyos, los nombró en su verso,
su noche protectora, amante seno,
pintó de mil colores su universo,

Y a sus mujeres de color moreno;
volvió a sus lares sin ningún esfuerzo,
¡Pues, en el sur, vivir era muy bueno!




II

Fantasmas de la noche protectora
y duendes juguetones de sus lares,
balsámicas maderas y solares,
cielo, estrella y lunita soñadora.

Un país soñador con verdes hojas,
vientos que ramas y poemas mecen,
fustigadoras moscas que adormecen,
del sol en el cenit las frutas rojas.

Amores de nodrizas y doncellas
y galopar de núbiles corceles,
rutilar, sonreír de las estrellas.

Canciones de aromáticos vergeles
senderos que dejaron ondas huellas,
nostálgicas fragancias como mieles.




NEFTALÍ

I

Palabras rumorosas como mares,
cantos de amor, de muerte y esperanza,
minas de zinc, nieves en lontananza,
arroyos, ventisqueros y pinares.

Poemas que fustigan a tiranos,
historias de su América nativa,
fornidos labradores, frente altiva,
dibujando el futuro con sus manos.

Paraísos de piedras y animales,
hombres de barro, poetas de vitral,
abogados y jueces pro imperiales,

O cosacos en soberbio pedestal,
que proponen sus obras comunales,
como muestras de política social.

CÉSAR

I

Poeta, cantador, corazón nuestro,
que amó de su tierra los paisajes,
de la noche el insonoro helaje,
y el ritmo del arado sobre el huerto.

En las cosas fundó su sentimiento;
un cigarrillo que se lleva su alma,
nube azulina que rompe la calma
y asciende despaciosa al firmamento.

Yaraví de la quena milenaria
amó su son y al Inca poderoso,
hoy un menor señor, un débil paria.

Amor, dolor, oprobio, pena y gozo,
dieron en él y en su alma solitaria,
que se murió en París un día lloroso.




GUILLÉN

I

Baila al son Nicolás de su atabal
bajo el rayo de la nocturna luna,
en un corro cercano a la laguna
que refleja la danza en su cristal.

Y las nuevas y ardientes negras bellas
van al ruedo y remecen sus caderas
y en sus brillantes ojos cual esferas
capturan el fulgor de las estrellas.

Canto negro a Ochún y Yemayá,
danza negra que en la noche retumba,
voz del negro que tumba y no se va.

Y en el cañaduzal la zafra zumba
en las manos del negro que aquí está
y ha metido a la América en su rumba.

HUIDOBRO

I

Salta Altazor del cielo hacia el abismo
sin querer oponerle resistencia,
dándole a sus estrofas la cadencia
que les presta su rítmico eufonismo.

Escinde las palabras, las combina
y las lanza en bandadas a los cielos,
mitades de sonoros violonchelos,
las otras voladoras golondrinas.

Se hermanan el monte y la distancias,
las brisas, las alondras y la noche,
los pájaros, la lira y la cadencia.

Florece en el poema como un broche,
obra del hacedor por su conciencia,
una nube de insectos en la noche.


DENUESTOS A OTROS

I

Voy a lanzar mis dardos con certeza
hacia el blanco que débil se diluye,
pues se piensa que sólo se construye,
un buen verso si se habla con rareza.

El ritmo se perdió entre la estridencia
a quien dio autoridad el libre verso,
nuevo rey del poético universo,
do lo formal ya no tiene presencia.

Con él marchó la rima pudorosa
dando poder con ello al facilismo
y haciendo muy poética la prosa.

Y orgulloso del fácil preciosismo
partió a velocidad vertiginosa
inevitablemente hacia el abismo.


II



Se habló del hermetismo de Quevedo,
del enredo en su grave poesía,
de los piedracielistas se decía,
que mataban el mundo con su credo.

“Matad al cisne; retorcedle el cuello”,
dijo un osado con voz imponente,
entierren las alhajas del oriente
y borren los desiertos y el camello.

Que no alumbre la pálida Selene
el claroscuro de la noche yerta
y que a la larga sombra la cercene.

Que no busque el poeta la otra puerta
y el infinito abismo que contiene,
después de haber llorado por la muerta.



III



Y no se hable jamás de la cultura,
que en versos muy medidos se plantea
como la gongorina Galatea
o Hipsipilas o flores de natura.

Los términos barbudos se proscriban,
cisnes de azur, bufones escarlata,
palacios de cristal, ruecas de plata
y aromas que en el aire se perciban.

Los clarines que cantan la victoria
no atronarán ya más el firmamento,
tampoco ha de buscarse “vana gloria”.

No se debe pensar con sentimiento,
Las lágrimas trocad en loca euforia
a tierra echad la torre del lamento.



IV


En una rara mezcla de medidas,
de fonemas, palabras y oraciones
se narran a pedazos las acciones,
sólo por los amigos conocidas.

De universalidad ya nada queda
se volvió al desueto anacronismo,
que llamaron ayer “provincialismo”
y hoy no es más que noticia de vereda.

Aquel mensaje que nos proponía
y cobijaba el mundo y los cofines
se trocó en banal vocinglería,

Que propalan tonsados paladines
desde acomodaticias canonjías,
en las columnas de los magazines.


V


Hace su aparición el inconsciente
y a la alada Victoria descabeza,
canta al motor que pasa, pisa y pesa
y humeando se aleja raudamente.

Del frac ya no quedó sino el sombrero
que servirá a Dadá como ruleta,
en donde se prepara la receta
como bueno y experto cocinero.

Motivados por la vana pendencia,
que provoca unos hechos tan funestos,
vierten en los poemas la demencia.

Y siguen manifiestos y denuestos
contra la sociedad en decadencia,
que para denostar estamos prestos.

Fernando Bedoya Londoño
agosto de 2.000

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